Clavijo, enclave que se encuentra a 17 kilómetros de Logroño, ha sido considerado como uno de los lugares más emblemáticos de la Reconquista Española (720-1492). En dicho emplazamiento se produjo una de las batallas más legendarias y carismáticas de la cruzada peninsular, no tanto por la táctica, como por la aparición de Santiago Apóstol al Rey Ramiro I de Asturias. Quizás, esta batalla no hubiera sido más que otra en la larga Reconquista si no hubiera sido por la aparición de uno de los favoritos de Jesucristo.
Antecedentes
- Tiempos duros para la cristiandad
El interés de los musulmanes por esos territorios norteños es limitado: con el valle del Duero convertido en un desierto, sin nada que sacar de allí, los moros se contentarán con controlar la frontera castigando, eso sí, a las tierras cristianas con ocasionales campañas de saqueo. Las cosas son distintas en el este de la zona cristiana, en la confluencia de La Rioja, Navarra, Castilla y Aragón. En esta área, riquísima, se cruzan rutas comerciales que datan de tiempos de los romanos. Navarra y Aragón están bajo control musulmán; lo que empieza a ser Castilla, ya no.
Fijémonos en la España musulmana. Desde hace unos años -desde 822, exactamente- reina allí Abderramán II, un monarca nacido ya en España, en Toledo. La España musulmana se ha visto sometida a fuertes tensiones tribales, entre clanes hostiles, y también a severas convulsiones sociales por la recaudación de impuestos. Pero Abderramán II, un político de gran estilo, ha resuelto esos problemas con una singular mezcla de tacto y violencia. El cuarto emir omeya de Córdoba ha sabido poner en orden las grandes posibilidades del país: Al-Andalus es fuerte y próspera. Incluso en el plano religioso, ha logrado sojuzgar los levantamientos mozárabes. Abderramán II se siente dueño de la península, y con razón.
Fijémonos ahora en la España cristiana: hambre y guerra. En Asturias reina Ramiro I, un hombre con temperamento de cruzado. El reinado de Ramiro I, muy breve (842-850), transcurre entre guerras contra los árabes y contra los normandos. Este Ramiro I, cuyo estandarte es una cruz roja en fondo blanco, es el que crea la primera orden de Caballeros de Santiago, y también el que levanta las iglesias de Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo. A partir de él, la corona será hereditaria, ya no electiva.
La España cristiana vive bajo la amenaza permanente del poder musulmán. Esa amenaza se hace particularmente viva en una zona concreta: entre Álava, La Rioja y La Bureba de Burgos, en el este del reino, donde la presión musulmana es más fuerte. Esa será el escenario de nuestra historia.
- Tributo de las Cien doncellas
Dejemos que ahora hable la leyenda. En aquel tiempo, los poderosos moros habían impuesto a los cristianos un tributo vergonzoso: la entrega anual de cien doncellas. A cambio, los musulmanes no atacarían a los reyes que accedieran al pacto. Este tributo se remontaría al año 738, cuando Mauregato lo aceptó. Desde entonces, sucesivos reyes cristianos habían peleado para abolirlo. Así lo contó, mucho después, Alfonso X el Sabio:
“Así como cuenta la Historia, fue que los moros supieron que había muerto el rey don Alfonso el Casto, que era rey muy esforzado y fuerte y aventurado en batallas, y mucho los había quebrantado con lides y correrías. Y supieron los moros que en su lugar reinaba el rey don Ramiro, y pensaron que éste les tendría miedo, porque era el poder de los moros muy grande en España, y que, teniéndoles miedo, les daría lo que los moros pidiesen para que no hubiera guerra y le dejasen en paz. Y así los moros pidieron a Ramiro que cada año les diese cincuenta doncellas de las más hidalgas para casarlas, y otras cincuenta del pueblo para solaz y deleite de los moros. Y que estas cien doncellas fueran todas vírgenes.”
Batalla
Pero Ramiro I, contra lo que los moros pensaban, no estaba dispuesto a aceptar semejante oprobio. De manera que el rey asturiano, con su estandarte de la cruz, convocó a los caballeros cristianos, se puso él mismo al frente y marchó en busca de los musulmanes allá donde más crítica era la amenaza: en la Rioja. Los moros, que andaban entonces enredados en las frecuentes querellas de la Navarra musulmana, disponían de un gran ejército. Y dicen las crónicas que a la cabeza del ejército moro se hallaba nada menos que el propio emir, Abderramán II.
Cuando los cristianos llegaron a la altura de Nájera y Albelda, se toparon con una sorpresa atroz: un innumerable ejército moro, compuesto tanto por tropas peninsulares como por levas de Marruecos. Los cristianos se batieron con bravura, pero la superioridad mora era manifiesta. Acosados por todas partes, los caballeros se vieron forzados a refugiarse en el castillo de Clavijo, en Monte Laturce. Era el 23 de mayo de 844. Hay que imaginarse a las huestes cristianas, ya muy mermadas, recluidas al caer la noche, al borde de la desesperanza. Pero fue entones cuando, en el duermevela de la derrota, el rey Ramiro, desalentado, invocó al apóstol Santiago entoces cuando dormía tuvo una visión. Dejemos que él mismo nos lo cuente, según el citado documento de Pedro Marcio:
Milágro
Y estando yo durmiendo, se dignó aparecérseme, en figura corporal, el bienaventurado Santiago, protector de los españoles; y como yo, admirado de lo que veía, le preguntase ¿quién era?, me aseguró ser el bienaventurado apóstol de Dios, Santiago. Poseído yo entonces de mayor asombro, que en modo extraordinario me produjeron tales palabras, el bienaventurado apóstol me dijo:
“¿Acaso no sabías que mi Señor Jesucristo, distribuyendo las otras provincias del mundo a mis hermanos, los otros apóstoles, confió por suerte a mi tutela toda España y la puso bajo mi protección? (...) Buen ánimo y ten valor, pues yo he de venir en tu ayuda y mañana, con el poder de Dios, vencerás a toda esa gran muchedumbre de enemigos por quienes te ves cercado. Sin embargo, muchos de los tuyos destinados al descanso eterno recibirán la corona del martirio en el momento de vuestra lucha por el nombre de Cristo. Y para que no haya lugar a duda, tanto vosotros como los sarracenos, me veréis sin cesar vestido de blanco, sobre un caballo blanco, llevando en la mano un estandarte blanco. Por tanto, al punto de rayar el alba, recibido el sacramento de la penitencia con la confesión de los pecados, celebradas las Misas y recibida la Comunión del Cuerpo y la Sangre del Señor, no temáis acometer a los escuadrones de los sarracenos, invocando el nombre de Dios y el mío, teniendo por cierto que ellos caerán al filo de la espada”. Dicho todo esto, desapareció de mi presencia la agradable visión del apóstol de Dios.
Ramiro –sigue diciendo la leyenda- se apresuró a contar su visión a todos: caballeros, obispos, menestrales. Al alba, las tropas cristianas, seguras de su victoria, acometieron a los sarracenos. Allí gritaron por primera vez unos españoles aquello de “¡Santiago!”. Y en el fragor del combate, en efecto, apareció el gran jinete blanco, estandarte blanco en caballo blanco, como un rayo de luz, para inclinar la victoria del lado de los cruzados. El día 25 de mayo, en la ciudad de Calahorra, el rey dicta en acción de gracias el voto de Santiago, que comprometía a todos los cristianos de la península a peregrinar a Santiago de Compostela portando ofrendas al apóstol.